Violeta, a sus cuarenta y cinco años, rechaza convivir en sociedad. Su fuerte carácter le procura problemas, tanto en lo personal como en lo profesional. La situación en casa tampoco es muy optimista. La relación con su hijo Samuel es distante. Este es un adolescente con una inteligencia por encima de la media pero con problemas sociales. El único modo en que su madre sabe de él es a través de su canal de Twich, donde juega en solitario a viejas aventuras gráficas, relatando su experiencia y su vida a sus pocos seguidores. Además, se da otra condición que agrava el bienestar de la pareja: sus limitaciones económicas les obligan a vivir en precariedad, sobreviviendo a base de pizza congelada o robando internet a su vecino. Es precisamente a la muerte del anciano cuando se produce un giro de los acontecimientos. El casero, propietario de ambos pisos, aprovecha para subir el alquiler. Madre e hijo se ven obligados a abandonar la vivienda para sobrevivir en una antigua
autocaravana de segunda o tercera mano que pertenece al concesionario donde Violeta trabaja como limpiadora. Tan solo tienen una condición: no dejarse ver ni hacer mucho ruido. Sin embargo, Samuel sufre una mala caída, torciéndose el tobillo, por lo que se ven obligados a poner la tartana en marcha hasta el hospital. En este punto no volverán atrás. Con el objetivo de reconducir la relación, la pareja se ve sumergida en un viaje “vacacional” como hacía tiempo que no se concedían. Sin embargo, el trayecto a priori no será muy largo, pues las circunstancias obligarán a la pareja a convivir en un radio limitado por los márgenes de un complejo comercial del sur de Madrid, entorno en el que experimentarán una transformación vital y donde acortarán sus distancias regenerando la relación maternofilial.
La 32 edición del Festival de Cine de Madrid acoge el mejor cine de autor a nivel nacional con sesiones de cortometrajes, largometrajes y zona industria.
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Fuente: madridcultura.es