La pedanía de Barbate ha construido en poco más de dos décadas un enclave turístico aupado por famosos de las revistas rosas y la gente del cine
Si al joven taxista Antonio Mota, el que en los años 60 traía y llevaba alemanes del aeropuerto de Málaga a un lugar de explosiva belleza donde terminaba el municipio de Tarifa, le auguran que llegaría un día en el que la Guardia Civil se apostaría en la entrada del puente que cruza el río Cachón para impedir el paso de los vehículos por la sencilla razón de que, al otro lado del puente, en un lugar llamado Zahara de los Atunes, no cabe un coche más, entonces el joven taxista hubiera tenido que detener su 1.500 para troncharse de risa. ¿Por qué? Porque, miren, Antonio Mota nació en la esquina de una fortaleza que ya en los tiempos de Guzmán el Bueno, y de eso hace mucho, era una chanca, es decir, un lugar para almacenar y conservar los atunes; y en los años 60, cuando Antonio, pese a su juventud, ya llevaba toda la vida trabajando distribuyendo el pan o construyendo la carretera para esos alemanes raros que, de la noche a la mañana, habían aparecido por allí, o conduciendo su taxi, nadie en Zahara pensaba que ese pequeño lugar sería nunca otra cosa que no fuera un buen lugar para almacenar atunes.
Ahora tengo a Antonio Mota delante mía. Anda despistado en la conversación porque acaban de llegar sus nietos y corretean con el triciclo por la recepción de uno de los hoteles de su complejo, que lleva el sencillo nombre de Antonio Hoteles. El nombre es sencillo, pero no lo es, como bien dice el sustantivo, el complejo. En tres décadas pasar de Restaurante Antonio, poco más que una modesta casa de comidas con unas pocas mesas, a Antonio Hoteles, con 68 habitaciones, es dar un salto muy grande. En su comedor principal hay ventanales a unos juncos en los que está enterrado un viejo cartel del desarrollismo turístico de los 70. Al fondo, la línea de mar turquesa y una hilera de sombrillas y hamacas que indican que la temporada veraniega borbotea. Que se lo digan al chico que atiende en la oficina de Turismo de Zahara, que no da abasto: «Aquí no se para. Viene mucha gente de Madrid y Barcelona, está de moda, pero este año también ha venido mucha gente de Navarra, del País Vasco».
¿Qué es lo que ha pasado, Antonio? Usted lo ha tenido que ver todo. Nos sentamos junto a un cuadro del Restaurante Antonio que muestra el viejo Zahara, con su fortaleza que era palacio y que era cancha, el que explotaron durante siglos los duques de Medina Sidonia, y que ahora es un mercadillo de abalorios jipis. Así lo pone un colorido cartel: ‘Mercadillo hippie’. Antonio contesta: «Ya le he dicho, los primeros fueron los alemanes. Yo trabajé construyendo esa carretera que ve ahí y que lleva hasta Atlanterra; luego me hice taxista, pero los ojos me los abrió un hombre que nos alquiló un local que teníamos en el pueblo para montar un restaurante, allá por mediados de los 70, cuando en Zahara sólo había un pequeño hostal. Yo mismo probé suerte y alquilé en el 77 el Cortijo de la Plata como restaurante y cogí experiencia. Así que me dije, ¿por qué no me hago con algo propio? Como era taxista, yo pasaba todos los días por aquí, por esta playa, y siempre veía muchos coches parados. Un francés había empezado a montar un camping y se podía acceder a la playa sin quedarte clavado en la arena. Me pareció un buen sitio para levantar algo. Compré mil metros a la familia Trujillo, que eran los propietarios de todo esto, en concreto a Domingo Trujillo, que me ayudó mucho. En principio, era un modesto restaurante, pero le habíamos puesto un par de habitaciones para quedarnos a dormir en la temporada de verano. Llegó un matrimonio alemán que nos pidió que si se podían quedarse y, bueno, por qué no, mientras comieran aquí… Y a esos alemanes siguieron otros y pusimos más habitaciones. Los que venían querían tranquilidad, ni teléfono, ni televisión…»
Bien, bien, Antonio, pero eso no lo explica todo, tiene que haber algo más. Lo hay. Y tiene un nombre: Francisco Rivera Paquirri. Antonio Mota, que en los 70 fue alcalde pedáneo de Zahara al tiempo que ejercía de concejal de Turismo de Barbate, el municipio al que pertenece este enclave, era amigo del torero barbateño. Percibo que va a contar menos de lo que sabe y no me equivoco. Antonio es un hombre prudente y no hemos venido a hablar de la vertiginosa vida amorosa del icono de Pozoblanco. Hay una vitrina en un pasillo del restaurante empapelado de fotos. Paquirri y sus hijos son los protagonistas de ellas; por ejemplo, ésta en la que se ve el momento en que Cayetano Rivera hace sus primeros pinitos delante de un toro. En otra se ve a una joven Isabel Pantoja, casi irreconocible, junto a Paquirri y su padre, con Antonio de fondo en la antigua y modesta barra del bar, muy diferente a la que ahora, tan bonita y lujosa, gobierna el local.
«En mis tiempos de alcalde Paquirri y yo nos propusimos realizar festivales benéficos para montar un hogar de ancianos. Había poco dinero, pero muchas ganas. Tuvieron mucho éxito. Paquirri pasaba mucho tiempo aquí. Venía con el barquito, lo dejaba ahí en frente -señala la hilera de hamacas- y se venía al restaurante a comerse un pescadito. Y con él vino primero Carmina Ordóñez, luego Lolita y luego Isabel. A todas ellas les descubrió este paraje y, a su vez, ellas se lo descubrieron a más gente».
Ese es el origen de Zahara como lugar de moda. El boca a boca transformó Zahara de los Atunes, el boca a boca hizo que un pueblecito de poco más de mil habitantes cuente ahora mismo en verano con 30.000 personas, entre ellos conocidos políticos. Se pueden ver en la vitrina porque la vitrina es un desfile de personalidades: Javier Arenas, Rafa Nadal, Sergio Ramos… «Nos hemos ganado contar con un turismo de calidad. Por eso aquí también notamos la crisis, pero menos que en otros lugares debido al perfil de nuestros visitantes».
El restaurante de Antonio es uno de los más prestigiosos de la provincia. El conocido crítico gastronómico Fernando Huidobro escribió un bello texto sobre la personalidad cercana y hospitalaria de Antonio. Hizo más: Huidobro reunió a los 45 ‘primeros espadas’ de la gastronomía española y se los trajo a Zahara. Así nació la operación de la multiplicación. Gente como Arzak o Adriá, que regresan de vez en cuando, no se cansan de cantar las bondades de la tradicional manera de preparar el pescado en las cocinas de Antonio. Los más sofisticados también aprecian la sencillez.
Pero el cuadro de Zahara quedaría cojo si no hablamos de ‘los del cine’. Nos paramos ante la iglesia, que, ya en el pueblo, continúa el muro del antiguo fuerte. «Aquí se casó María Barranco». No es como nos dice esta mujer que aquí se casara la actriz María Barranco, pero sí lo hizo el personaje que encarnaba en Atún y chocolate , esa película que gusta tan poco en Barbate y que firmó otro de los descubridores del paraíso, el gaditano Pablo Carbonell. El filme, aunque hablaba de Barbate, se rodó en Zahara. Tuvo un efecto llamada. Si por aquí ya venía AitanaSánchez Gijón o el Gran Wyoming o Rosariyo, se le sumaron otros como Imanol Arias o la fugazmente célebre Ana Hache. Se juntaban el el chiringuito La Gata y reverdecieron la etimología. Cuentan que la palabra ‘cachondeo’ viene de las fiestas que se celebraban, Guzmán el Bueno arriba o abajo, en la Edad Media a orillas del río Cachón. Los ‘del cine’ dieron cachondeo a Zahara, cuya leyenda llegó a Madrid. Y entonces pasó lo que pasó, que la Guardia Civil se puso un día en el puente del río Cachón y dijo: «Aquí ya no cabe nadie más». Una larga cola ante el puente lo atestigua. El taxista Antonio, el que había construido la carretera a Atlanterra, no se lo creería cuando su coche se deslizaba junto al silencio de un mar turquesa desconocido. Hoy, quién no conoce Zahara.
DIARIO DE CÁDIZ
PEDRO INGELMO / CÁDIZ
Articulo original: https://www.diariodecadiz.es/cadiz/Erase-vez-ZAHARA_0_502450324.html