Criptos de todo tipo, NFTs, ingresos pasivos, cursos que prometen independizarse de «Papá estado» desde tu cuarto de adolescente… O incluso sellos, árboles y otras inversiones dudosas para los más viejos del lugar. Los timos financieros siguen por todas partes, con caras nuevas y no tan nuevas. Y eso es porque seguimos cayendo en ellos.
No importan las veces que veamos en las noticias a los Bernie Madoffs y los Sam Bankman-Fried. No importan las advertencias ni el sentido común, sigue habiendo más pirámides que cuando los faraones.
Por eso, para no arruinar nuestra economía doméstica con la enésima estafa de nombre cada vez más tonto, vamos a ver por qué caemos en timos financieros y qué podemos hacer para evitarlo.
Como veremos, es más complejo de lo que parece y no tiene que ver con la inteligencia o la falta de cultura financiera.
La regla más importante a recordar en la vida: nada es gratis
El padrastro de la legendaria escritora Maya Angelou era Daddy Clidell, dueño de casas de apuestas, salas de billares y famoso timador, de los de vender puentes en Oklahoma o supermercados en Dallas que no eran suyos.
En una rara entrevista en 1970, Angelou habló de él y de lo que le enseñó al respecto de los timos y los que caen en ellos. Y la clave fundamental, según Clidell, era esta:
La única manera de ser un pardillo es si quieres algo a cambio de nada. Si eres codicioso, eres perfecto.
Pero resulta que todos somos así, en mayor o menor medida.
Por un lado, nos atrae irremediablemente la promesa de obtener algo a cambio de nada. Por otro, siempre queremos más. Es pura naturaleza humana.
Analicemos esos factores más a fondo y no olvidemos nunca la frase de Clidell, porque, mientras no queramos algo a cambio de nada (o mucho a cambio de apenas) los timadores no tendrán (demasiado) poder sobre nosotros.
La atracción inevitable por secretos y balas de plata
El éxito, en caso de venir, suele hacerlo como consecuencia de trabajo aburrido en la oscuridad, durante mucho tiempo y sumado a la enorme dosis de suerte que hace falta para todo.
Sabemos que es así y que no hay secretos, pero esto tiene que ver con emociones y estas no entienden de razones.
Todos nos vemos atraídos por secretos y balas de plata, al fin y al cabo, son mejores historias que las de trabajo constante y las historias son el elemento de marketing y persuasión más poderoso que hay.
Por eso, los medios las buscan o las embellecen, ahondando en la falsa creencia de que existen.
Además, para vivir, necesitamos comer, beber y esperanza. Necesitamos creer en ese golpe de suerte, que el curso de no sé qué chaval de Youtube, o el viejo método «mágico» de quinielas de aquel libro de mi padre, encierran un secreto que nos va a otorgar la ventaja.
La intriga nos puede. Por eso funciona el clickbait, y las narrativas de atajos y balas de plata despiertan emociones que nos convencen.
Algunos piensan que en eso solo caen los tontos, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, esa falsa superioridad es otro rasgo que aprovechan muchos timadores, que apuntan a gente muy lista, porque suele tener más dinero.
Caer en timos no es una cuestión de inteligencia
En los timos no caen los ignorantes solamente, de hecho, en los importantes, como los de Madoff, Fried, Anna Sorokin y compañía, el perfil es justo el contrario.
La inteligencia puede servirnos para no caer en el príncipe nigeriano, pero no es garantía de nada, ni mucho menos. La emoción, las narrativas y los contextos adecuados pueden obrar maravillas para el timador.
Los altos ejecutivos de la FTX de Bankman-Fried, por ejemplo, no eran (todos) idiotas. Muchos habían sido contratados por sus conocimientos técnicos y de gestión, se habían sacado carreras y tenían experiencia en otros lugares de prestigio. Y, sin embargo, allí nadie veía ni una hoja de balance y, al parecer, nadie tenía ningún problema con eso.
¿Y los inversores?
¿Quién en su sano juicio regaría de millones a un tipo de apenas 30 años que se jacta de jugar a videojuegos durante las llamadas importantes? Ahora nadie, suena a locura porque a toro pasado todos somos toreros, pero entonces era todo el mundo. Y Bankman-Fried se codeaba con políticos y poderosos, que pensaban: «Bueno, si John le ha dado millones a este tipo, por algo será, John no es idiota».
Y John (que me he inventado) no es idiota, pero es humano.
Como eran humanos los inversores en los timos de Anna Sorokin (famosa ahora por la serie de Netflix), compuesto de lo más granado de la socialité e incluso business angels con enorme experiencia. Y, sin embargo, caían en engaños tan burdos como los de: «El cheque ya está en el correo» de Bart Simpson, pero en formato transferencia internacional.
Esto conecta con un factor clave, el sesgo psicológico del optimismo, que nos hace pensar que somos invulnerables a estas cosas.
Nos creemos demasiado listos para nuestro propio bien, como todos esos inversores de Madoff, Fried o Sorokin.
El sesgo de sinceridad
He aquí otro sesgo cognitivo que todas las personas tenemos y que hace probable caer en timos: el sesgo de sinceridad, por el cual creemos que la gente dice la verdad más de lo que la dice en realidad.
Es inevitable que, de salida, si alguien nos cuenta algo, tendemos a pensar que es una historia cierta. Ese atajo evolutivo sigue funcionando hoy tanto como cuando resultaba una heurística útil en los tiempos de la cueva.
Esa es otra pieza de puzzle que el timador aprovecha constantemente.
Arrojando a la intuición por la ventana
De un tiempo a esta parte, con best-sellers como Inteligencia intuitiva de Malcolm Gladwell o los trabajos de Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, se ha puesto en valor la intuición en la toma de decisiones.
Esos autores me caen bien, cuentan buenas historias, pero cuando se trata de negocios, la intuición debe salir por la ventana. Que será la moda tener una corazonada o darle cancha al instinto, pero mi deformación de economista quiere ver los números antes de decidir… y pensar siempre despacio.
La cantidad de sesgos, como el de sinceridad y optimismo, más la pereza de analizar las matemáticas en una situación, componen gran parte de esa intuición alterada por historias atrayentes. Pero, para temas financieros, mandan los números fríos y objetivos, que precisan pararse a calcularlos e indagar.
Y lo siento por Kahneman especialmente, pero los estudios de su libro superventas han sufrido una crisis de replicabilidad, con una magra cifra entre el 12% y el 46%.
Mala guía que seguir y sí, yo también lo tengo en mi estantería, pero…
A lo que me refiero es que muchos timos no resisten ni el análisis más básico. Desde las probabilidades de la lotería, hasta los rendimientos de FTX, un alumno de primero te puede decir que las matemáticas son claras y algo huele a podrido en Dinamarca.
Eso, y el hecho de que nadie da duros a cuatro pesetas (sí, soy mayor).
Muchos timadores tratan de solventar la reticencia con más dosis de la medicina principal, la emoción, porque, con suficiente, anularán a la razón. Así, te explican que esta oportunidad es única porque están desesperados y han de vender a muy bajo precio, o te cuentan cualquier otra milonga de príncipe nigeriano que racionalice tu lógica.
De hecho, algunos están tan metidos en sus mentiras, como Bankman-Fried, que parecen creérselas, como parecen creerse de verdad que eran genios financieros. Mala cosa, porque nada es más convincente que un convencido.
El papel de la desesperación
Si alguien tiene cáncer y le dicen que revolcarse en excremento de vaca cura, lo hará dos veces y pedirá un tupper para llevarse también a casa. En muchas ocasiones, uno cae en timos porque se encuentra en una situación desesperada y ya solo queda disparar a ciegas una última bala, rezando un Ave María.
Y todos hemos estado ahí, lo que significa que todos podemos estarlo de nuevo. Mucho cuidado, pues, en estas épocas. Esta es, indudablemente, la posición más vulnerable de cara a los timos.
Lo que hemos visto aquí no se puede erradicar, porque forma parte de la naturaleza humana. Siempre habrá timos y timadores. Pero es cierto que sí se puede anular su influencia lo suficiente como para no caer en la mayoría de ellos, o caer en los más inofensivos, como echar alguna lotería de vez en cuando, sabiendo que compras realmente un poco de ilusión y no el premio.
Fuente: El Blog Salmón