La vida de Jeanne Dielman, una joven viuda con un hijo, sigue un orden inmutable: mientras el muchacho está en la escuela, ella se ocupa de las tareas domésticas por la mañana y ejerce la prostitución por la tarde.
«Mi cine utiliza la táctica de la tierra quemada», dijo en una ocasión Chantal Akerman.
Palabras que cobran sentido cuando nos enfrentamos a sus películas, que no hacen prisioneros, atravesadas por corrientes de soledad y dolor, alejadas de las narrativas convencionales y los modelos industriales del cine. Su obra forma un cuerpo de pensamiento y emoción sin equivalente en el arte del último siglo. Su reciente reivindicación es una oportunidad única para regresar y poner en valor a esta artista fundamental, que sigue asombrando y emocionando.
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Fuente: madridcultura.es