La Comunitat Valenciana de norte a sur en 5 días

No eres Thelma ni ella es Louise, sois mejores. Tampoco suena Chuck Berry en la radio (¿o sí?) ni existen tipis y moteles. Esto es otro mundo, otra escapada, una forma de recomenzar. Tú de Madrid y yo de Barcelona, nos encontramos en Morella con el coche listo y Camarón en la guantera. Considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, Morella se deja abrazar por su gran muralla e invita a perderse por un entramado medieval fascinante donde todas las calles terminan en su flamante castillo.

Morella, Castellón.
Morella, Castellón.

Las fortificaciones parecen llegar hasta el mar, como confirman las torres vigía que convierten la Sierra de Irta en la perfecta conjunción de tierra y playa. Rutas de senderismo que finalizan en calas de tortugas marinas, tantos pinos que podríamos quedarnos hasta Navidad, o enlazar con una primera noche en Peñíscola. El Castillo del Papa Luna es un imperdible durante una ruta por Castellón, y en sus calles encaladas hoy susurran el nombre de una tal Khaleesi. Hasta Hollywood llegó hasta aquí. 

Castillo Papa Luna. Peñíscola
Castillo Papa Luna. Peñíscola

Desde Peñíscola, podéis adentraros en las profundidades de la provincia y alcanzar Montanejos, conjunto de fuentes naturales conocido como “la Tailandia de Castellón”, hasta llegar a Chelva, el pueblo más azul del Levante español. Aquí los ecos de las comunidades musulmana, cristiana y judía suspiran desde hace siglos entre calles ensoñadoras, frescas, dignas de espejismo.

Chulilla. València.
Chulilla. València.

La ruta interior por la provincia de Valencia también te lleva a la cercana y antigua aldea medieval de Chulilla, donde su Charco Azul supone el gran respiro del río Turia. Podéis pasar una segunda noche, o bien seguir el rumbo del río, que nadie os diga que os quedáis a la luna de Valencia. La Capital del Diseño 2022 bien merece una jornada pausada entre su Lonja de la Seda, sus ‘esmorzarets’ en El Cabanyal, el rollito de Ruzafa o una inmersión en la huerta urbana. 

Cítricos, agua, anguilas; la transición de la naturaleza nos conduce a L’Albufera para congelar el atardecer y perderse entre las barracas. En cualquier caso, Valencia siempre merece también una tercera noche.

¿Interior o litoral? Descender nunca supuso un dilema tan grande. Este servidor es más de mar, y el litoral de Alicante bien merece una ruta costera (y si no, siempre habrá tiempo de remontar). Podemos saludar al Faro de Cullera y adentrarnos un pelín en los marjales de Pego. Seguir el arrullo de los arrozales hasta Dénia, perderse entre las casas de colores del barrio Les Roques o incluso caminar hasta la Cova Tallada desde la playa de Les Rotes

En Xàbia, la turística playa de El Portixol sonríe más en invierno, libre de turistas y entre puertas que resultan más azules. Y alcanzar Altea, perdernos en sus calles encaladas, ser la inspiración de algún artista durante una cuarta noche. O si lo prefieres, puedes encontrar todos los colores que te falten en las fachadas del pueblo de Villajoyosa y hacerte con una onza de chocolate de camino a Alicante. 

Isla de Tabarca. Alicante.
Isla de Tabarca. Alicante.

Te sobra tiempo, pensarás, ¿y acercarse a los palmerales de Elche hasta llegar a Santa Pola? Será allí, en las playas de nuestra infancia, donde veremos a lo lejos la Isla de Tabarca, la única habitada de toda la Comunitat. Solo entonces te planteas si volver. Si pasar una quinta noche, o quizás no volver nunca. Nadie te avisó de que ‘la terreta’ estaba llena de tantas tentaciones.


Fuente: Houdinis

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