Lituania, el destino del que todos hablarán

Si tu hijo te pregunta alguna vez de dónde vienen los cuentos, Lituania es una buena respuesta. Lo dicen los techos cónicos de sus castillos, las llanuras infinitas y los lagos que bien podrían inspirar la próxima película de Disney. Además, para viajar a este reino no hace falta un caballo – un avión es suficiente -, e incluso un coche, que Lituania se presta como pocas al fly&drive, la mejor forma de conocer la Región Báltica.

Quizás cuando te encuentres en el casco histórico de Vilna – Patrimonio de la Unesco -, tengas que volver a frotarte los ojos. Según dicen, la flamante capital de Lituania es la ciudad con mayor número de edificios barrocos en el norte de Europa. Echa cuentas, déjate seducir por el interior de la Iglesia de San Pedro y San Pablo, los pabellones de la universidad o la Iglesia de Santa Teresa, entre otras. También hay renacentismo – la catedral de Vilna lo confirma, neoclásico y gótico. ¿Castillos en mitad de un lago? Sin problema. Solo tienes que trasladarte a 30 kilómetros para descubrir un castillo de Trakai que supone una estampa ensoñadora junto al lago Galvé. 

Castillo de Trakai en el lago Galvė
Castillo de Trakai en el lago Galvė

Y volver a la carretera para deleitarse con paisajes verdes, los molinos solitarios allá a lo lejos y las casas con techo de paja fundidas con la naturaleza. Hacer una parada en el Museo del Folclore Lituano y entrar en Kaunas, la segunda ciudad imprescindible en Lituania. Esta joyita del oeste es famosa por el baloncesto, una segunda religión para sus habitantes; y su Laisvès alèja, o la avenida principal a la que se asoman los principales iconos de la ciudad, como su catedral o la Iglesia del Arcángel San Miguel. Se inspira el arte en los balcones y una canción de mariposas en los árboles. ¿Sientes calor?, no es el infierno, tan solo el Museo del Diablo, un curioso lugar que reúne imágenes del demonio procedentes de todo el mundo.

Plaza del Ayuntamiento de Kaunas
Plaza del Ayuntamiento de Kaunas

Es hora de hacer un alto y sentarse a la mesa. No te sorprendas si en lugar de aguacate te sirven una sopa fría de remolacha y si, en vez de atún, degustas una pieza de zander local. Pero deja hueco para el postre, que aquí no probar un trozo de tarta de requesón con gelatina de remolacha roja es lo más parecido a un sacrilegio. Y qué bien saben los pescados, y las carnes, regalos de una naturaleza pura que habla con los mejores agricultores, las mejores manos. 

Alguien busca un entorno idílico en Dzūkija y, a lo lejos, se encuentra el Istmo de Curlandia, Patrimonio de la Unesco y capricho nacido del abrazo entre el Mar Báltico y el lago Curlandia. Porque en el norte también hay dunas que ni el Sáhara, playas mágicas como Juodkranté y estatuas de madera procedentes del folclore lituano.

Colina de las cruces
Colina de las cruces

También hay un lugar que podría revolucionar Instagram, la Colina de las Cruces, un lugar tan bizarro como fascinante. Las posibilidades son infinitas, desde relajarte en los spas locales, comer pescado en la encantadora ciudad marítima de Klaipèda, disfrutar de un festival de cine, ver a dos caballeros batirse con la espada junto a un castillo y apuntar a las fronteras. En los Bálticos la magia te envuelve y no te suelta, inspira un cuento. Te permite iniciar tu propia historia antes que el resto.


Fuente: Houdinis

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