Madrid a vista de villa

¿Qué tienen en común un neorrural, un sibarita, un cicloturista, un senderista, un foodie, un urbanita y un viajero? ¿Difícil? Ahí va una pista: Madrid está cerca. ¿Aún no? Venga, una pista más: pongamos que hablo de Chinchón, pueblo icónico que nos traslada a la España castiza, a una meseta de otro tiempo entre plazas enormes a las que se asoman balcones de cuento. Claro, hablamos de las villas de la Comunidad de Madrid, o los mejores atajos para abandonar la zona de confort para sumergirse en ensoñadores paraísos rurales.

Chinchón
Chinchón

Pero la cosa no acaba en Chinchón, no, no. Al sur de la Comunidad de Madrid se despliega el conjunto urbano de Colmenar de Oreja, declarado Bien de Interés Cultural gracias a un conjunto de edificios históricos, cuevas y bodegas en torno al castillo de Oreja, antiguo bastión que controlaba el Tajo y cuyos restos reposan en la provincia de Toledo. En Nuevo Baztán se soplaba el vidrio, creaban elixires en forma de licor y se producían paños para el ejército. Y la historia que suspira en el Palacio Goyeneche, rodeado de almendros, robles y encinas, un hidalgo a lo lejos, y seguir la senda castellano hasta Villarejo de Salvanés, antigua sede de la Encomienda Mayor de Castilla. Su primitivo castillo, erigido por la Orden de Santiago, ya hablaba de la necesidad de controlar la meseta a vista de halcón peregrino, uno de los protagonistas autóctonos de la ‘campiña’ de Madrid.

Palacio de Aranjuez
Palacio de Aranjuez

Abajo, arriba, no importa en qué lugar de la Comunidad de Madrid. Tampoco tu versión de Patones favorita, por ejemplo la gastronómica. Lo descubrirás entre calles de piedra únicas perfumadas por el aroma del revuelto de morcilla con huevo escalfado, solomillos, migas con uvas o caldereta de cordero.  De fondo, la canción que brota de los ríos Lozoya y Jarama, las montañas y sus poemas de pizarra, la arquitectura negra de sus casas, vuelta al pasado con la sencillez como hilo conductor. Seguirás el río hasta Buitrago del Lozoya, una atalaya donde se solapan todas las épocas: la musulmana y cristiana, señorío y villa, incluso las musas de Picasso que hoy bailan en el pequeño museo, no lejos de su fastuoso castillo y recinto amurallado. Los ríos son vida y de sus aguas nacen pueblos como Manzanares El Real, atrapado entre las fronteras del medievo y el renacimiento, vigiladas por un Castillo de los Mendoza franqueado por buitres y cabras montesas.

Recinto amurallado. Buitrago de Lozoya
Recinto amurallado. Buitrago de Lozoya

La biografía de Castilla se lee en Navalcarnero, cuyo casco antiguo se nutre del aroma de vinos legendarios, entre casas de labranza y solariegas. Una plaza donde podríamos bailar bajo los cielos rosas hasta que llega la niebla, esto es Rascafría. El corazón del invierno madrileño es de nieve y el perfecto refugio es su Monasterio de Santa María de El Paular, envuelto en el Bosque Finlandés  e ideal para iniciar una ruta hasta las Cascadas del Purgatorio. La catarsis gustativa que supone degustar un asado en San Martín, entrar por la puerta del Santo Cristo de Burgos en Torrelaguna para acceder a una plaza donde el Cardenal Cisneros podría asomarse en cualquier momento desde la Iglesia de la Magdalena, orgullo gótico del pueblo.

Rascafría

Por último, la guinda: el pueblo de San Martín de Valdeiglesias, donde el Bosque Encantado habría hecho los ojos chiribitas a Tim Burton gracias a sus setos recortados. Rescatar a Eduardo Manostijeras del Castillo de la Coracera y asomarse a un pantano de San Juan donde inspirar, cerrar los ojos. Escuchar el silencio que solo descubrimos cuando nos atrevemos a dejar atrás el bullicio de la ciudad. 


Fuente: Houdinis

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