Cuando pensamos en el Algarve, lo primero que se nos viene a la mente es su conjunto de playas paradisíacas o esas cuevas marinas que descubriste en Instagram. Ya te imaginas tumbado al sol y realizando todos esos tópicos irresistibles que, este año más que nunca, son la excusa para conocer ese otro Algarve, una tierra donde la palma, el lino y la caña se alían para desplegar un telar de posibilidades. Y ya verás el vino, su gastronomía, los alcornoques y fértiles frutales que se asoman a tantos azules. No es solo viajar, es ir más allá. Lo llaman creatividad viajera.
Y es que Algarve es un territorio plural, pero con una sola alma. Hay manos metidas en tarros de arcilla, otras que exploran los secretos de los almendros o que preparan dulces iconos. Tejer, esculpir y moldear, desde capazos hasta cestas, enraizarse en los troncos de los algarrobos y olivos o servir las jofainas y ollas de las que brotan guisos y platos elaborados durante generaciones. Descubrirás ese Algarve creativo en muchos lugares, desde talleres hasta tiendas, especialmente en el municipio de Loulé.
La inspiración también puede ser industrial, como bien confirman La Casa del Madroño de Marmelete y su destilería típica. Elaborar aguardiente es otro arte, como escuchar a los sarmiento de la vid en la bodega de Cabrita Wines, o asomarse a la Conserveira do Arade, la única fábrica de conservas de todo el Barlovento algarveño. Y así, a lo tonto, la gastronomía propone otro atajo en el que no puede faltar la cataplana, claro.
Este típico recipiente del sur de Portugal es también el nombre del plato con el que se prepara. Iconos de cobre y latón ligadas a la influencia árabe mediante la que preparar recetas de pescado y marisco, carne y legumbres, especialmente en las zonas de Castro Marim y de Vila Real de Santo António.
Y tomar la bicicleta hasta perdernos por una orografía llena de secretos a través de hasta cuarenta itinerarios que conducen a ese Algarve sostenible y activo. De la hípica al rugby, del skate al motocross, pasando por otro de los obligados para cualquier amante del mar: las experiencias náuticas. En el paraíso, las fronteras están hechas de agua, de ríos como el Seixe y el Odelouca, el Guadiana que hace conversar a dos países y las brumas de un océano salvaje. La vida de puertas para afuera y hasta 200 km de costa que invitan a subirse a un velero y tomar el timón de tu aventura.
El mar estará esperando, pero las playas son solo un reclamo más: hay una tabla de surf esperando y un kayak que te permite llegar allá donde cantan las sirenas. A lo lejos una torre encalada, tantas escaleras, un Cabo de San Vicente que conoce los secretos para llegar al fin del mundo. Y allí, más allá, un artesano pinta un azulejo, caminas entre salinas donde un rastrillo moldea una pintura al fresco, una palmera se asoma sobre una iglesia y los caprichos del esparto que regalan una artesanía para los sentidos. Sí, en el Algarve, todo se entrelaza.
Fuente: Houdinis