Del Mesón de la Fruta al Teatro de Rojas (1576-1878)
El Auto de los Reyes de Magos, un texto fechado hacia el siglo XII, representa la unión de los primeros referentes del teatro en lengua castellana con la ciudad de Toledo. Dicha composición responde a una época en que era común adecuar ciertos pasajes de la vida de Cristo para ser manifestados en el interior de los templos en las principales fechas del calendario litúrgico como la Navidad o la Semana Santa. Con el tiempo estos autos fueron saliendo al exterior, a las lonjas, plazas y calles adyacentes, complementado actos piadosos de gran relieve como la procesión del Corpus. De manera paralela, el Toledo del siglo XV fundía la herencia local juedo-islámica con el nuevo humanismo que provenía del foco italiano, observándose en el campo particular de la literatura al auge de textos que realzaban el amor cortés o relatos novelescos alejados del poso religioso anterior. En el XVI la vida local, administrada por la figura de los corregidores, recibe el mecenazgo de nobles y arzobispos. Sobre la malla medieval se alzan un nuevos edificios para el gobierno municipal, juzgados, cárceles, hospitales, lonjas, una elevadora de aguas en el Tajo, la mancebía o lugares para más honestos recreos como eran las casas de comedias, perviviendo una de ellas hasta el siglo XIX.
Corrales, mesones y Casa de Comedias
En el Toledo de Carlos I, según recoge J. Porres pudo haber en la plaza de San Justo, algún corral inmediato a un callejón sin salida llamado de los Cómicos, cuyo eco alcanzaría hasta el siglo XVIII. Nada sabemos de su historia, si bien su ubicación podía beneficiarse de la no lejana plaza Mayor, un núcleo mercantil propicio para la concurrencia diaria de gentes que, a finales del XVI, reunía los muros catedralicios y tres lonjas para el abasto de la ciudad: la Carnicería Mayor (1545), la Red del Pescado (1596) y el Mesón de la Fruta, levantado éste último por el corregidor Gutiérrez Tello en 1575, con una estructura de galerías ordenadas alrededor de un patio abierto.
Sobre el Mesón de la Fruta el historiador Francisco de Pisa escribe en 1605 que aquí, “por algunos tiempos del año se acostumbraban a representar comedias honestas, y algunas veces devotas”. Un conocido texto de Lope de Vega, entonces residente en la ciudad, revela el ambiente de este corral en cuyo patio se cruzaban silbidos, voces y altercados durante las representaciones. A principios del XVII la función comercial sería definitivamente eliminada a favor de crear un lugar estable para las comedias. En 1605, el Ayuntamiento, dueño del mesón, abonaba a Jorge Manuel Theotocópuli, hijo del Greco, los honorarios —en forma de una bandeja de plata, en lugar de los cien escudos estipulados— por unas nuevas trazas que ofrecían “los dibujos de planta y fábrica”, así como por haber acudido a “maestrar la dicha obra hasta sacarla de fábrica”. El texto, publicado en 1927 por Borja de San Román, alude al derribo de lo anteriormente existente, sabiéndose que el proyecto de Jorge Manuel fue revisado por Juan Bautista Monegro, maestro mayor de los Alcázares. Según Adolfo Aragoneses (1922) aquella Casa de Comedias se perdió en un incendio acaecido en agosto de 1630. De la siguiente rehabilitación poco sabemos, si bien la vista panorámica de Toledo, dibujada por el maestro de obras Arroyo Palomeque a principios del siglo XVIII, muestra ya un edificio cerrado, sin el hueco central abierto que tenían la mayoría los corrales de comedias habituales y que solía cubrirse con lonas o lienzos corredizos.
Durante más dos siglos se mantuvo esta estructura sufriendo un paulatino desgaste a consecuencia del retroceso económico de la ciudad, las penosas secuelas de la guerra de la Independencia y la falta de medios de la Sociedad Económica de Amigos del País, interesada en el XIX en activar la proyección educativa que, a su juicio, tenía el teatro. Un plano del Archivo Municipal de Toledo, fechado en 1842 y firmado por el arquitecto Martín y Ruiz, ofrece el alzado de la fachada principal del viejo coliseo compuesta por dos niveles, con seis huecos abiertos en la planta superior y otros tantos a nivel de calle que heredaban una estructura de galería porticada. En 1849 se sabe del arriendo que hacía el Ayuntamiento por cuatro años de cinco de estos portales, “nuevamente construidos por bajo de la fachada principal de la Casa Teatro”, para puestos que no despachasen carnes, ni despojos, ni carbón. El sexto portal sería precisamente el acceso al interior del viejo teatro que, en el plano de 1842, quizá sea el diferenciado por un arco de medio punto. La propuesta de Martín y Ruiz no tuvo que llevarse a efecto, a juzgar por una curiosa fotografía estereoscópica realizada entre 1855 y 1860 que hemos podido consultar en la colección de Luis Alba.
En la primera mitad del ochocientos son ilustradores las descripciones que hacen Parro (1857) y Martín Gamero (1862) de aquella desvencijada casa de comedias con dos órdenes de palcos o “faltriqueras” bancos corridos sin respaldo llamados “lunetas, otros asientos laterales de ladrillo y yeso, una “tertulia” con celosías y un palco municipal. Un vetusta maquinaria, raídos telones, velas de sebo y alguna araña eran otros aditamentos del local que exigía obras urgentes y continuas, conservándose hasta 1866, la antigua disposición de separar localidades para hombres y mujeres.
Gracias a la memoria de los archivos se pueden conocer las programaciones de algunas temporadas en la primera mitad del XIX y las compañías de verso con sus repertorios, además de algunas veladas líricas y otras distracciones con números de gimnastas, transparencias, magia, etc. El 12 junio de 1858, Isabel II, tras inaugurar la línea de ferrocarril Castillejo-Toledo, asistió a una velada teatral en el coliseo de la plaza Mayor, existiendo, quizá, otra visita regia a este lugar en abril de 1824, cuando Fernando VII y su esposa Amalia de Sajonia pasaron unas jornadas en la ciudad.
El nuevo coliseo: el Teatro de Rojas
En enero 1865, el alcalde Gaspar Díaz de Labandero encargó al arquitecto municipal Luis Antonio Fenech proyectar un nuevo teatro sobre el solar que dejaría la ya caduca Casa de Comedias, cuyo derribo sería efectivo entre 1866 y 1869. En estos mismos años coincidieron otras obras en Toledo como la remodelación de Zocodover y sus accesos, alineaciones de calles, la mejora de los pavimentos, nueva iluminación pública, la rehabilitación del Alcázar para alojar el Colego General Militar, la traída de aguas de Pozuela, un matadero de reses, un coso taurino, etc. Sin embargo, la débil economía municipal y la crisis política que cerró la etapa isabelina determinaron otros ritmos, haciendo que muchos proyectos tardasen decenios en ver la luz de la realidad.
En marzo de 1869, tras el fallecimiento de L. A. Fenech, Ramiro Amador de los Ríos tomaba posesión de la plaza de arquitecto municipal que ocupó hasta 1872. El nuevo técnico, al asumir las obras que estaban en curso, intentó, en el caso concreto del futuro teatro, llevarlo a un enclave urbano más selecto como le parecía el antiguo convento de Madre de Dios, junto a la iglesia de los jesuitas, en lugar de levantar una rutilante sala para el encuentro social al lado de los olores que desprendía la antigua Carnicería del siglo XVI. Los deseos políticos por avanzar y la carencia de fondos fueron decisiones de peso para mantenerse en el solar de la plaza Mayor. Tras los informes emitidos por el Diputación Provincial y la Academia de San Fernando en 1871 se subastaban las obras que se estimaban en más de 84.000 escudos, al tiempo que el cronista oficial Antonio Martín Gamero proponía al Ayuntamiento dedicar la futura sala teatral al dramaturgo toledano Francisco De Rojas Zorrilla para saldar así “una deuda de gratitud al ingenio”.
En los años siguientes las obras progresaban no con la celeridad que todos deseaban, manteniéndose en el seno de las distintas corporaciones municipales una comisión que seguía el proyecto mientras que acaecían hechos relevantes en la vida del país, como era el primer ensayo republicano en España en 1873. Los detalles para adecuar el interior, la decoración de la sala (adjudicada a Pintado Díaz), la maquinaria escénica con el pavimento móvil del patio de butacas (diseñado todo ello por Egidio Picoli), el evocador telón de embocadura (obra del taller madrileño dirigido por Bussato, Bonardi y Valls) y otros elementos llenan varios expedientes firmados por los sucesivos arquitectos municipales que hubo hasta la inauguración en octubre de 1878. La iluminación eléctrica (estrenada en 1895), la colocación de cerchas metálicas en las cubiertas (1910-1913), la calefacción, nuevas salidas de socorro, el telón metálico (Hermanos Canosa, 1929) los sistemas antiincendios o la adecuación para las proyecciones cinematográficas son algunas de las obras llevadas a cabo hasta la gran rehabilitación que se efectuó en 1984 dirigida por los arquitectos Rodríguez Noriega y Tuñón Álvarez.
Persistencia y claves de un edificio singular
A la vista de la documentación conservada queda patente que el Teatro de Rojas tuvo su verdadera matriz en el proyecto de L. Antonio Fenech de 1866. Aquí ya se proponía aumentar el solar de la vieja casa de comedias y magnificar el acceso a la plaza Mayor a través de un cuerpo avanzado que contenía unos arcos de entrada, una galería superior y diferentes estancias para la administración del teatro. La sala se diseñaba a la italiana y con referencias francesas de la opera de París debida a Garnier, es decir una planta de herradura rodeada de palcos y tres niveles superiores. La caja escénica tendría unas generosas dimensiones, equiparables al hueco de la sala general, llevando tras el escenario los almacenes, camerinos y otros servicios auxiliares con entradas independientes y directas a la calle del Coliseo.
Amador de los Ríos partió del esquema precedente si bien realizó algunos cambios de interés. En primer lugar replanteó la cota general del edificio lo que supuso crear una escalinata ante la facha principal, además de eliminar el pórtico saliente. Sin embargo, mantuvo dos ejes quebrados en la planta del teatro: uno el que se organiza desde la calle hasta el vestíbulo y otro, no perpendicular al primero, girado hacia la derecha, que articula sucesivamente la sala, el escenario y la zona de servicios. Frente al esquema más simplista de Fenech, los espacios interiores que hay entre la entrada y la sala de butacas se compartimentan con una escalera general más —de las dos que inicialmente se preveían—, vestíbulos o “foyers”, guardarropas, tocadores, salones para fumadores, café, etc., percibiéndose una decoración a base de elementos platerescos y barrocos que contenían estucos, molduras doradas, pinturas decorativas y un lienzo pintado sobre la sala a modo de los frescos barrocos del XVII.
Con la solemne inauguración del Teatro de Rojas, el sábado 19 de octubre de 1878, se enterraba el recuerdo de los populares y ruidosos corrales de comedias de siglos pasados. El nuevo coliseo combinaba la comodidad de los espectadores con las exigencias dramáticas del espectáculo teatral y otras variantes escénicas como la ópera o la zarzuela enriquecidas a partir del barroco. Toledo se sumaba así al listado de las principales ciudades españolas que en la segunda mitad del XIX alzaban flamantes salas en los centros urbanos, convertidos en verdaderos templos laicos, dispuestos también para los encuentros sociales de la nueva burguesía en forma de juegos florales, tribuna académica, homenajes, actos cívicos, bailes y fiestas. A partir de 1896, con la irrupción del cinematógrafo, se iniciaría un nuevo rumbo en la vida del Teatro de Rojas similar a la de cualquier sala en otra ciudad, pues aquella mágica novedad facilitó que nuevos sectores de la sociedad —las clases más populares—, accedieran regularmente a un lugar creado para el esparcimiento público años atrás bajo un prisma de exclusividad y selección.
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