Cuando en un centro escolar acaban las clases y llega el verano, suele reinar la alegría. Puede que haya alguna niña a la que le entristezca no ver cada día a su amigo, o alguna profe apasionada que vaya a añorar las trastadas de su revoltoso alumnado, pero en general el fin de las clases es sinónimo de algarabía. En septiembre, salvo quienes se gradúan o algún docente que cambie de destino, todos se reencontrarán. Ninguna sensación semejante se reflejaba en las caras y el ambiente que reinaban este jueves en la puerta del Colegio Concertado Purísima Concepción, que ha cerrado para siempre sus puertas después de nada menos que 372 años.