Exposición James Lee Byars en Palacio Velazquez Retiro
Dedicada a una de las figuras más enigmáticas y llamativas del arte del siglo XX, esta exposición reúne un conjunto significativo de obras de James Lee Byars (Detroit, Michigan, 1932 – El Cairo, 1997) que dan cuenta de su profunda indagación en torno a todo aquello que sobrepasa los límites de la lógica. A caballo entre el misticismo, la espiritualidad y la corporalidad, el lenguaje visual y performativo de Byars abarcó la escultura, la instalación, la performance, el dibujo, la palabra o el montaje de sus propias exposiciones concebidas como instalaciones en sí mismas.
Desde finales de los años 1950 y durante toda la década de 1960, el artista vivió entre Japón y Estados Unidos y su fascinación por la cultura japonesa influenció notoriamente su obra. Asimismo, mantuvo estrechos lazos con Italia, especialmente con la ciudad de Venecia, donde, residió y trabajó durante la mayor parte de la década de 1980. A lo largo de su trayectoria y quizás como reflejo de su modo de vida nómada, Byars combinó en sus obras un profundo conocimiento del arte y la filosofía occidentales con motivos, conceptos y símbolos de tradiciones y civilizaciones orientales, como elementos del teatro nō y el budismo zen. El resultado fue una visión única de la realidad especialmente atenta a las entidades físicas y espirituales. En este sentido, su práctica artística puede describirse como una reflexión místico-estética-existencial sobre las ideas de perfección y ciclicidad, así como sobre las formas de representación y desmaterialización de la figura humana.
En sus indagaciones, Byars buscó a menudo la implicación de los públicos a través de acciones temporales o intervenciones a gran escala en las que planteaba diferentes preguntas de manera directa o indirecta, mientras que en otras ocasiones él mismo era el encargado de activarlas. Desde su muerte, este último aspecto suscita interrogantes sobre las conexiones visuales y simbólicas de una obra en la que la presencia del siempre carismático Byars ―sus gestos, rituales e indumentaria― resulta clave.
La selección de obras para la muestra ha tenido en consideración tanto el planteamiento conceptual del artista como las características del espacio expositivo, el Palacio de Velázquez, cuya marcada simetría resalta la monumentalidad y la simplicidad geométrica de las piezas. Se presentan trabajos de gran formato realizados en materiales preciosos y refinados ―como mármol, seda, pan de oro o cristal― que combinan armoniosamente con geometrías mínimas y arquetípicas ―como prismas, esferas, pilares― para proponer juegos de referencias cruzadas entre forma y contenido. Ejemplo de ello es Red Angel of Marseille (1993), situada en la zona central del Palacio: una instalación en la que mil esferas de vidrio rojo dispuestas sobre el suelo dibujan una figura antropomorfa reducida a su esencia, mientras que la connotación angelical sugerida por el título invita a reflexionar sobre los vínculos entre lo material y lo divino. El componente totémico está también presente en The Golden Tower with Changing Tops (1982), una torre dorada de casi siete metros de altura que recoge las investigaciones del artista en torno a lo inmutable. Por su parte, los ciclos de la vida y los procesos naturales de cambio están representados a través de círculos y esferas en las obras The Door of Innocence (1986-1989), una escultura de mármol dorado en forma de anillo que simboliza el tránsito y la transformación, y The Tomb of James Lee Byars (1986), donde el artista encapsula metafóricamente en una esfera de arenisca los conceptos intangibles de espiritualidad y pureza, los cuales contrastan con este material poroso y estratificado.
Además de contar con algunas piezas tempranas, como Self-Portrait (1959), que permiten apreciar el uso del humor por parte del autor, la muestra se completa con documentación de la actividad performativa de Byars, en concreto, de la desaparecida instalación La esfera dorada que el artista presentó en Granada en 1992, y para cuya inauguración organizó una performance en colaboración con el artista y poeta Miguel Benlloch (Granada, 1954 – Sevilla, 2018). Benlloch desarrolló a partir del devenir posterior de la obra su instalación O donde habite el olvido (2000), presente también en la muestra.
Atendiendo a los múltiples significados alegóricos y formales de la materia explorados por el artista, la exposición se centra en los principales temas que atraviesan su obra, como la búsqueda de la perfección, la duda como planteamiento existencial o la finitud del ser humano, e invita a los públicos a reflexionar sobre las potencialidades alquímicas del arte para modelar la realidad.
Organización:
Museo Reina Sofía y Pirelli Hangar Bicocca, Milán
Comisariado:
Vicente Todolí
Artistas:
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